Prejuicios ¿los he elegido?

Probablemente no hayas decidido tenerlos, probablemente no sepas hasta cuántos tienes, pero probablemente sí puedas detectarlos y combatirlos.

Los prejuicios son consecuencia de un proceso muy útil denominado categorización. La categorización consiste en asociar bajo un mismo nombre cosas que nos resultan similares. Es pues, una forma de simplificar la vida para poder destinar nuestros recursos mentales a resolver otro tipo de problemas o desconectar, que tampoco está mal. Sin la categorización toda información o estímulo nuevo tendría que ser analizado detalladamente para darle un significado.

Si tiene cuatro patas, cola, orejas triangulares y dice miau, es un gato. Si es un animal de dos metros, color marrón, que es capaz de posarse sobre sus patas traseras, tiene zarpas, colmillos… para cuando he llegado a la conclusión de que es un oso, me ha comido.

La categorización funciona buscando las semejanzas y diferencias con un determinado grupo, es decir, comparando, y es aquí cuando la falta de información o la información ambigua puede jugar un papel negativo en el propio proceso y nos puede llevar a hacerlo de una forma muy injusta. Así es como aparecen los prejuicios.

Con ellos tendemos a ver las personas diferentes a nosotros como bastante similares entre ellos. Les otorgamos características específicas y no nos permiten verlas como individuos, sino como su categoría general.

Este proceso también está influido por la tendencia a pensar que el grupo propio es superior desde el punto de vista de la comparación (cultural, moral, social, etc.). Nuestra autoestima o forma de vernos se realiza principalmente a través de la relación con los demás, por lo que también lo está por nuestra pertenencia a categorías.

Además de por falta de información, también se activan cuando estamos muy atareados o cansados, cuando nos hacen pensar que competimos por los mismos recursos o nos dicen que corren peligro de ser destinados a otros, activando una de nuestras emociones básicas más potentes: el miedo. El miedo es natural, útil y necesario para nuestra superviviencia. Cuando está justificado, nos hace alejarnos de los peligros o enfrentarnos a ellos. Activa tres mecanismos comunes a todos los seres humanos y muchas otras especies: huir, atacar o paralizarnos. Cuando no está justificado, estas tres formas de actuar nos perjudican más que ayudan.

En este último caso, y dada la situación actual, en la que nuestros políticos parece que buscan aumentar estas distancias, podrían ser considerados como sinónimo de discriminación.

Entendiendo el juego de los prejuicios, ¿cómo podemos evitar caer en él?

Sé más crítico: cuestiona la información que viene sin contrastar o la que activa emociones desagradables e intensas, ya que podemos caer en la trampa del “secuestro emocional”, que es cuando una emoción nubla nuestro juicio. Como se explica en el anterior artículo (Estar), las emociones envían señales de cómo vemos lo que nos sucede y si esto está condicionado por un prejuicio, podremos analizar o añadir más información para ser más libres en las decisiones que tomamos o posturas que adoptamos.

Créditos de la imagen: Moritz Schumacher on Unsplash