A través de las emociones: el aburrimiento

Hoy hablaremos del aburrimiento, esa sensación que te inunda impidiendo hacer cosas que incluso sabes que te sacarían de él. Te mantiene en un estado de espera constante de algo que no llega. Es una espera “inquieta”, pues nuestra mente se mantiene muy activa enfadada con esta emoción.

El aburrimiento no se experimenta cuando no tenemos nada que hacer, pues en casa siempre habrá algo que hacer, sino cuando no nos atrae o ilusiona la tarea en sí. Los que tienen niños sabrán que cuando se encuentran en este estado les cuesta salir de él por muchas opciones que les demos para estar entretenidos. Y es normal, son muchas semanas en casa, están saciados del confinamiento y esto repercute en su estado de ánimo. En el nuestro también.

Pueden formar parte de él otras emociones o sensaciones como la frustración, desesperación o apatía, entre otras muchas. Es estresante, pudiendo alimentar problemas previos o derivados de la situación actual, como ansiedad o alteraciones del estado de ánimo, así como problemas de conducta en el caso de los niños.

Afecta a nuestra forma de ver el tiempo, pues parece enlentecerlo. A la vez, nos hace sentir cansancio, lo que no favorece la activación que nos podría sacar de él, por eso podemos llegar a asociarlo con la pereza, aunque no es lo mismo. Así como el aburrimiento puede hacernos sentir malestar o culpabilidad, la pereza suele experimentarse como tranquilidad o comodidad, aunque nos perjudique dejarnos llevar por ella.

¿Cómo afecta el aburrimiento en función de la edad?

Los más pequeños buscan en los mayores, principalmente en sus padres, que éstos les “quiten” esa emoción tan desagradable. Esto es así por cuestiones inicialmente biológicas. Cuando no pueden ni han aprendido a comunicar sus necesidades, lo hacen de una forma muy básica pero eficaz: el llanto o los pucheros que nos ablandan para que vayamos a ayudarles a encontrarse mejor.

Con un poco más de edad, los niños pueden tener herramientas personales para empezar a tratar de cubrir por ellos mismos determinadas necesidades, pero cuando no pueden, por falta de capacidad o porque la situación no lo favorece, pueden volver a recurrir al mecanismo previo. En ellos el aburrimiento despierta una mezcla de enfado y tristeza, cuando no saben gestionarlo, muchas veces provocan en los demás estas mismas sensaciones que ellos sienten, por lo que pueden hacernos enfadar, o por lo menos intentarlo, por ejemplo, molestándonos a nosotros o a sus hermanos. Entender que su comportamiento negativo está motivado por una emoción como ésta no es permitirlo, pero sí nos ayudará a ver cómo es su mundo interior y tratar de ayudarles a regular sus emociones.

Como he comentado, el aburrimiento no es no tener nada que hacer, sino que no te apetezca hacer nada. Los adultos tenemos más rutinas instauradas, más conciencia de lo necesarias que son y más tolerancia a la frustración, pero no por ello nos libramos de aburrirnos. Con el confinamiento nuestros hábitos cambiaron o tuvimos que crear nuevos, y además autogestionarlos (es más fácil madrugar para estar puntual en tu puesto de trabajo que hacerlo cuando no tienes que rendir a nadie salvo a ti mismo). Esto es difícil, ya que requieren de ese gran esfuerzo inicial para fijarse en nuestra conducta. Si a esto le añadimos una forma de hablarnos basada en el autoreproche lo complicaremos más: “debería estar haciendo algo”, “podría empezar a organizar esto”, “debería adelantar este”.

Un riesgo de un aburrimiento mantenido en el tiempo es que puede fomentar que caigamos en conductas poco saludables, como comer, beber o fumar más. Además, esto es doblemente perjudicial porque si se utilizan como forma de evitar el estrés o ansiedad generados por no tener ganas de hacer cosas, no aprenderemos a gestionarlo de una manera más sana.
Aceptar que es totalmente natural y lógico aburrirse nos permitirá vivirlo con menor intensidad y podremos salir de él más rápido que si nos enfadamos y avivamos esa llama de malestar. No nos “engancharemos” a esta emoción, pero soportémosla…

… Además, el aburrimiento, como cualquier otra emoción, cumple una emoción beneficiosa. Al inicio del artículo comentaba que parece que nos sumerge en un estado de “espera inquieta”, donde nuestra mente está activa buscando cómo salir de él. Aburrirse hace que hablemos más con nosotros mismos, busquemos alternativas, trabajemos la imaginación y la creatividad. Estimula nuestra mente y nos activa, por lo que puede considerarse una emoción motivadora.

A pesar de sus bondades, como no siempre es agradable sentirla, aquí os dejo algunos consejos para salir del aburrimiento si nos dura más de lo necesario:

  • Sé comprensivo y justo contigo mismo, o con quien la experimenta. No seas muy autoexigente ya que eso sólo la empeorará.
  • Reactívate poquito a poco. Puedes empezar haciendo cosas sencillas o poniéndote tareas limitadas a número o esfuerzo. Por ejemplo, haz sólo cinco tareas diarias, ni una más ni una menos. Esta pauta suelo dársela a personas deprimidas y así pueden dejar de culpabilizarse por todo lo que podrían hacer, pero no hacen.
  • No te castigues por lo que no has hecho hasta ahora, y valora todo lo que hagas a partir de este momento.
  • Convierte las tareas rutinarias en algo divertido, como un juego en el que ganamos puntos por hacerla. Premiarnos por hacerlo, también nos ayudará a sentir que lo hacemos por algo y nos merecemos una recompensa.

 

Quedan dos semanas para la nueva fase en la que, a pesar de no volver a la normalidad previa, nos sentiremos un poquito más libres y podremos disfrutar de muchas cosas que, hasta ahora, no valorábamos. Así que paciencia, ya queda menos.

Y con respecto a la paciencia, aquí os dejo una frase que la define muy bien:

“la paciencia, más que la habilidad para esperar, es la capacidad de tener una buena actitud durante la espera”.